VISLUMBRES DE LA CIENCIA DIVINA
Bajo el título Vislumbres
de la ciencia Divina intentaré plasmar las conjeturas, intuiciones y
conclusiones a las que he llegado a lo largo de mi vida buscando, analizando y
reflexionando sobre las grandes preguntas que todo hombre se ha hecho alguna
vez en su vida ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿de dónde procede el Universo?,
¿qué hacemos aquí?, ¿a dónde vamos?...
No quiero que se entienda que lo que voy a explicar aquí son
verdades absolutas o definitivas, pues como el título dice son simplemente
vislumbres, los juicios que me he formado al estudiar las grandes obras de los
maestros espirituales de todas las épocas y observar los indicios y efectos
relacionados con la ciencia sagrada, después de meditarlos y analizarlos
internamente. El lector debe decidir, con su análisis y juicio interno, si lo
que aquí se explica obedece o no a la verdad, pues será su propio ser
espiritual el que le informe, aunque a veces sea de forma velada como a la mayoría
de los seres humanos. El propio San Pablo dijo que aquí (en el plano físico) «vemos
como por un espejo, oscuramente». Lo que quiere decir que, aunque no todo, si
nos aplicamos en su estudio, algo podemos percibir de la ciencia Divina. Y
Hermes Trimegisto (tres veces maestro) dejó escrito: «Como es arriba, es abajo;
como es abajo, es arriba». Lo que significa que si estudiamos los hechos y
símbolos del mundo físico llegaremos a descubrir lo que ocurre en el Mundo Espiritual.
O, lo que es lo mismo: si analizamos las leyes del mundo material,
descubriremos las del mundo espiritual. Esta premisa hermética puede ponerla en
práctica cualquiera que se interese por descubrir las verdades espirituales,
pues hoy sigue tan vigente como cuando fue formulada.
No es el cometido de esta obra hablar de grandes tratados
espirituales, ni de términos complicados, ni de ciencias difíciles de entender.
Me he propuesto ser sencillo y hacerme entender lo máximo posible. Aunque con
esto no quiero decir que la Gran Ciencia Divina sea una ciencia sencilla, sino
solamente que intentaré traducir mis intuiciones y conclusiones sobre ella a un
lenguaje que pueda ser entendido por la gran mayoría de personas, algo que no
siempre resultará fácil, dado el nivel tan profundo de algunos temas que se
tocarán.
Composición del hombre
Cuando nos contemplamos en un espejo vemos nuestra imagen
reflejada en él y suponemos que somos lo que estamos viendo: una forma física
que nos caracteriza y nos hace diferentes a los demás. Es cierto, somos lo que
estamos viendo, pero no solo eso, sino también algo más, algo que no alcanza a
ver nuestro sentido de la vista, pero que sabemos que está ahí. Me refiero al
sentimiento y al pensamiento. Si no fuéramos más que un cuerpo físico, seríamos
semejantes a la piedra o a cualquier objeto inanimado del mundo material. Pero
nos movemos y tenemos sentimientos y pensamientos. Por tanto, no somos solo
cuerpos con una forma física, sino seres que son capaces de moverse, sentir y
pensar. Pero el sentir y pensar no podemos observarlo con la vista ordinaria,
es necesario experimentarlo en nuestro interior. Entonces, ¿qué es esto que
experimenta?, ¿qué es esto que hace que podamos movernos, sentir y pensar?,
¿dónde se encuentra?, ¿pertenece al cuerpo físico o dentro del cuerpo físico
hay otros cuerpos?
Estas preguntas llevaron a los antiguos filósofos a
preguntarse sobre la composición del hombre y llegaron a la conclusión de que este
se componía de una parte material tangible (cuerpo) y una parte espiritual invisible
(alma). Más tarde, algunos pensadores dividieron al hombre en tres partes: una
parte material (cuerpo físico); una parte espiritual (espíritu) y una parte que
participa tanto de uno como de otro (alma).
Sea como fuere, lo cierto es que tenemos que reconocer que
ciertas partes de nosotros mismos no son visibles para el mundo exterior, pero,
sin embargo, nos pertenecen, son parte de nosotros; sin ellas no podríamos ser
lo que somos. Básicamente estaremos de acuerdo en que tenemos tres partes, al
menos, que podemos diferenciar si pensamos atentamente en ellas: el cuerpo,
cuya forma es visible a todo el que posee el sentido de la vista; el
sentimiento, que no es visible para este sentido; y el pensamiento que tampoco
lo es. Si miramos a un ser humano, lo único que vemos es su aspecto físico y le
suponemos sentimientos y pensamientos. Ahora bien, si no los tuviera, no
podríamos saberlo con una simple mirada a su cuerpo físico. Sería necesario
otro sentido, el de la vista espiritual. Pero es fácil deducir que los tiene,
aunque no dispongamos de dicha visión por la manera en que se comporta en su
vida diaria.
En efecto, según dijo Hermes Trimegisto: «Todo es mente, el
Universo es mental». Y podemos afirmar que esto es lo más cierto que conocemos.
Porque, por ejemplo, echemos un vistazo a una casa y pensemos un poco en ella.
Inmediatamente vendrá a nuestra mente que, antes de ser construida, tuvo que ser diseñada por alguien. Es decir, antes
de ser algo en el mundo físico, ha sido algo en el mundo del pensamiento; antes
de ser una realidad material, ha sido una idea en la mente de alguien. Así
ocurre con cada proyecto que se lleva a cabo en el mundo físico: primero existe
como idea y después llega a existir como realidad. Y esa idea primero está en
la mente de un ser humano. De aquí podemos deducir, aunque sea someramente, que
el mundo de formas construidas por el hombre y visibles por nuestro sentido de
la vista existe gracias al mundo invisible de nuestra mente, de la mente de
todos aquellos que lo materializaron.
Por tanto, la primera conclusión a la que llegamos es que en nosotros hay una parte invisible que crea
parte de lo que es visible, ya que sin esa idea concebida por nosotros la
casa de la que hablamos más arriba nunca habría podido construirse. Si no
tuviéramos ideas, no podría existir nada atribuido al hombre, ninguna
construcción material sería posible si solamente fuéramos una parte física
visible sin capacidad para pensar y tener ideas. Pero el hombre sí que puede y,
como consecuencia, muchas de estas ideas las termina llevando a la práctica. Pero también, como hemos dicho,
en el actual estado evolutivo, en el que se encuentra, puede tener sentimientos
y deseos, y estos son los que le mueven a actuar en una u otra dirección, es
decir, pensamientos y sentimientos se unen para llevar a la práctica un determinado
tipo de acción.
Por lo que antecede, nadie dudará de que en el hombre
conviven al menos tres partes: Una parte material, una parte sentimental y una
parte mental. Luego ya no podemos hablar solamente de cuerpo físico en el
sentido de que es lo único que existe. Así pues, aunque las tres partes
permanecen unidas, para entendernos podemos llamarlas como lo han venido
haciendo las distintas escuelas espirituales y herméticas: Cuerpo Físico,
Cuerpo de Deseos o Astral y Cuerpo Mental. El Físico es la parte material; el
de Deseos, una parte espiritual que genera sentimientos; y el Mental, una parte
espiritual que genera pensamientos.
Pero el cuerpo físico, sin la parte vital no podría tener
ningún movimiento. Así pues, nuestros cuerpos estarían sin movimiento, serían
cuerpos físicos, con sentimientos y pensamientos pero sin poder moverse, lo que
no sería muy divertido. Por lo tanto, debe existir algo más en el hombre que es
lo que hace que tenga movimientos. Este algo es la parte energética, la vida.
En efecto, junto a la forma física existe la energética o vital que, aunque
pertenece al mundo material, no es visible. Los maestros espirituales han
llamado a esta parte Cuerpo Etérico o Vital.
Pues bien, ya tenemos al hombre en la Tierra tal como lo
conocemos hoy: un ser compuesto por materia, vida, sentimientos y pensamientos.
O, lo que es lo mismo: Cuerpo Físico (que dividiremos en dos: Físico y Etérico),
Cuerpo de Deseos o Astral y Cuerpo Mental. Estudiemos un poco más de cerca
estas partes del hombre.
Comentarios
Muchas gracias por su atención y disculpen las molestias,
Lara Caeiro