REENCARNACIÓN
(Viene del artículo anterior: Los distintos cuerpos del hombre)
Las religiones de Occidente, como el cristianismo, el
judaísmo o el Islam no contemplan las vidas sucesivas, algo que sí es común a
las religiones de Oriente, como budismo, hinduismo, etc. No obstante, algunas
religiones occidentales, en su origen, sí creían en la reencarnación. El cristianismo
original, hasta el siglo V en que se convirtió en religión oficial del Imperio
Romano, creía en la transmigración de las almas. De hecho, Orígenes (185-254
d.C.), uno de los maestros más importantes de la Iglesia primitiva, en su obra,
De principis, llegó a afirmar lo
siguiente:
«Cada alma viene a este mundo fortalecida por las victorias
o debilitada por los defectos de su vida anterior. El lugar honorable o
deshonroso que le es asignado en este mundo, viene determinado por sus méritos
o deméritos previos. Y su trabajo en este mundo determina a su vez el lugar que
se le asignará en el que debe seguir a este».
A partir del siglo V se intentó borrar toda referencia a la
reencarnación tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento. Y lo hizo
precisamente un emperador romano, Justiniano. Pero, aunque este hecho sigue
influyendo en muchos cristianos, como en la religión Católica, que ni siquiera
la contemplan, también es cierto que actualmente hay otros muchos que la
consideran válida y mucho más justa que cualquier otra doctrina. Estos, entre
los cuales me incluyo, consideran que, aunque Justiniano ordenase hacer
desaparecer toda referencia a la doctrina de la reencarnación en la Biblia y
otros escritos cristianos, aún se conservan en estos vestigios que nos hablan
claramente de ello.
También Jesús dio una enseñanza velada al gran público pero
revelada únicamente a sus discípulos más cercanos. Sobre esto, el Evangelio de
San Marcos nos dice lo siguiente:
«Y les anuncia la Palabra con parábolas como estas, según
podían entenderle; no les hablaba sin parábolas, pero a sus propios discípulos
se lo explicaba todo en privado».
Marcos, 4:33,34
O también:
«¿Por qué les hablas en parábolas? Y les respondió: Porque a
vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a
ellos no se les ha dado... Por eso les hablo en parábolas, porque ellos viendo
no miran y oyendo no escuchan, ni entienden».
Mateo 13:11,13.
En el Nuevo Testamento encontramos varias explicaciones del
mismo Cristo que se refieren al hecho de la reencarnación. Por ejemplo, aquel
pasaje del ciego de nacimiento:
«Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién
pecó, este o sus padres, para que naciese ciego? Respondió Jesús: Ni este pecó,
ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él».
Juan 9: 1,2
Aquí vemos, en la propia pregunta formulada por sus
discípulos (quién pecó este o sus
padres), que no pueden habla de otra cosa sino de la reencarnación. En efecto,
el ciego no puede haber pecado en la vida que estaba viviendo, pues su ceguera
es de nacimiento. A lo sumo tendría que haberlo hecho en una vida anterior, lo
que demuestra que los discípulos, estaban al corriente de la doctrina de la
reencarnación, pues si no, al tratarse de un ciego de nacimiento, no le
hubieran preguntado si pecó el ciego, sino simplemente si pecaron sus padres,
algo que sí era normal en el judaísmo. Los judíos consideran que el pecado de
los padres recaía sobre los hijos hasta la tercera o cuarta generación.
El siguiente pasaje es muy ilustrativo:
«De cierto os digo, que no se levantó entre los que nacen de
mujer otro mayor que Juan el Bautista; mas el que es más pequeño en el Reino de
los cielos, mayor es que él. Desde los
días de Juan el Bautista hasta ahora, al Reino de los cielos se hace fuerza; y
los valientes lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley hasta Juan
profetizaron. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El
que tiene oídos para oír, oiga».
Mateo 11: 11-14
Aquí Jesús Cristo mismo dice que Juan el Bautista no es otro
sino Elías. ¿Habla también de la reencarnación? Muchos así lo creemos, ya que
si alguien que murió hacía ya unos cuantos siglos vuelve a estar en la tierra
con otra personalidad y otro nombre, lo más fácil es creer que sea una nueva
encarnación de ese espíritu.
No obstante, los que rechazan la doctrina de la
reencarnación suelen decir que Elías no murió, sino que se trasladó en vida al
cielo en un carro de fuego y que no quiere decir que Juan el Bautista fuera una
reencarnación del profeta, sino que solo estaba influenciado por su espíritu. Pero
Jesús Cristo no dice que fuera algo distinto, sino que era él (él es aquel
Elías que había de venir). Este hecho concuerda con el pasaje del profeta
Malaquías cuando habla de la vuelta del profeta Elías: «He aquí, yo os envío a
Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El
convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los
padres; para que yo no venga, y hiera con destrucción la tierra» (Malaquías 4:
5,6).
Otro pasaje que también está relacionado con la
reencarnación es el siguiente:
«¿Quién
dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el
Bautista; y otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les
dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente».
Mateo 16: 13-16
Volvemos a ver aquí cómo los discípulos hablan abiertamente
de individualidades del pasado que podrían haber encarnado de nuevo (Elías,
Jeremías, o alguno de los profetas), de lo cual podemos deducir que los
discípulos estaban al corriente de la doctrina de la reencarnación, pues son
preguntas que no haría alguien que no estuviese de acuerdo con dicha doctrina.
Pero reflexionemos un poco: ¿Acaso hay otra creencia que sea
más equilibrada que la de las vidas sucesivas, llamadas también reencarnación o
renacimiento? Desde nuestro punto de vista, no la hay. Veamos por qué:
En la historia de la Humanidad solamente se han dado tres
teorías de la vida dignas de tener en cuenta como soluciones al enigma de la
existencia. Pasamos a detallarlas brevemente, conforme se han dictado, y dar
algunos argumentos que nos conducen a preferir la doctrina del Renacimiento por
ser la única que favorece el desarrollo del alma y el alcance último de la
perfección:
1ª. La Teoría Materialista
Nos cuenta que toda vida es solo una corta jornada que va
desde la cuna hasta la tumba, que nada hay más allá, ni Inteligencia Superior,
ni Dios, ni nada que se le parezca; qué la vida es debido a una casualidad
cósmica; que la mente del hombre es producto de ciertas correlaciones de la
materia y que, por tanto, con la muerte y la disolución del cuerpo físico
termina la existencia.
2ª. La Teoría Teológica
Proclama que justamente momentos antes de cada nacimiento es
creada un alma por Dios, y esta entra en el mundo físico, en el que vive un
tiempo determinado, variando de unos cuantos minutos a cierto número de años;
que al término de esta corta duración de la vida, retorna, pasando por el
portal de la muerte, al invisible más allá, donde permanece para siempre en un
estado de felicidad o (Cielo), o de dolor (infierno), con arreglo a sus
acciones durante los pocos años que estuvo en el cuerpo.
3ª. La Teoría de la Reencarnación o Renacimiento
Enseña que cada espíritu es una parte integral de Dios que
contiene en sí todas las potencias divinas, así como la diminuta semilla
contiene el roble gigantesco; que, como consecuencia del resultado de muchas
existencias en cuerpo terrestre cada vez más perfecto, su potencial latente se
va desenvolviendo lentamente hasta su máxima perfección; que ninguno de estos
espíritus puede perderse, sino que todos alcanzarán la perfección y unión con
Dios, llevando consigo la experiencia acumulada de sus existencias en la vida
terrenal, que es el fruto de su peregrinaje a través de la materia.
Nosotros, pues, no estamos aquí por el capricho de Dios. Él no nos ha colocado, por deleite o por antojo,
a unos en un jardín y a otros en un desierto. Ni tampoco ha dado a unos un
cuerpo saludable y a otros enfermedades por mero deseo arbitrario, sino que lo
que somos, lo somos debido a nuestra diligencia o negligencia en esta vida o en
vidas anteriores. Y lo que seamos en el futuro depende de lo que queramos ser
debido a nuestro comportamiento y nuestras acciones y no del capricho de un
Dios o de un destino inexorable.
La primera teoría, la materialista, la rechazamos completamente,
ya que no contempla la parte divina del ser humano, que para nosotros es la
única que merece la pena ser contemplada, pues creemos que la parte material
existe gracias a la espiritual, que la
mantiene en pie.
De la segunda, la teológica, compartimos varios puntos de
vista. Por ejemplo, que en el hombre hay un espíritu divino que después de la
muerte pasa al más allá. Pero rechazamos por completo que en el corto espacio
de una vida humana Dios pueda enviar a alguien eternamente a un infierno o a un
Cielo. Máxime, por poner un ejemplo, cuando él mismo enviaría a unos a nacer en
países donde el hambre y la pobreza están a la orden del día, y a otros en
países donde hay estado de bienestar. O a unos enviaría enfermedades y a otros
daría una salud de hierro.
Un Dios semejante sería tremendamente injusto y cruel y, por
tanto, no merecería la consideración por parte de su creación. Así que como no
creemos que Dios pueda actuar de forma tan injusta, no podemos aceptar como
válida la teoría teológica, pues si nosotros queremos lo mejor para nuestros
hijos, no podemos atribuir a Dios, que es el padre de todas las criaturas,
semejantes crueldades.
Por lo tanto, la única teoría que, desde nuestro punto de
vista, es más justa y lógica de las tres es la de la reencarnación o
renacimiento, pues permite a las almas tener las mismas oportunidades de
evolución e ir aprendiendo paulatinamente mediante la Ley del Karma o Causa y
Efecto (más adelante hablaremos de ella) hasta alcanzar la perfección.
Pero, ¿qué es lo que reencarna? Solo la parte inmortal, la
parte eterna, la que se ha venido en llamar Ego (con mayúscula) o Yo Superior[1], que
es la que crea los cuerpos para tener experiencias en el plano físico. Cuando
una vida termina, por ejemplo, la vida de Pepito Pérez, todo lo que ha
aprendido en la existencia que acaba de dejar se lo lleva al más allá como
quintaesencia y lo archiva, por así decirlo, en su Yo Superior. Pepito Pérez
quedará en la memoria cósmica como una de las existencias terrenales de este
Yo, pero no es el Yo, tan solo un vestido, una apariencia, una de sus
existencias pasajeras.
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