En la famosa sentencia crística, «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí», se encierra toda la historia de la Humanidad que, desde ese momento se inició. La vida y muerte de Cristo marca el inicio de un nuevo tiempo. Los contadores se pusieron a cero y, a partir de ahí, en la mayor parte del mundo, la historia de la Humanidad se dividió en antes o después de Cristo.
Cristo lo expresó con claridad: En efecto, su ejemplo de vida es el itinerario más seguro para llegar al Padre. Podemos decir que es la hoja de ruta para alcanzar la perfección, el camino más seguro para llegar al reino de los cielos. Pero nosotros preferimos ir dando rodeos y elegimos otros caminos que, por supuesto, también nos llevarán un día allí, pero quizá más tarde y con más dificultades. Tenemos miedo de imitarlo, de seguir el sendero que él siguió, porque su vida no fue precisamente un «jardín de rosas», implicaba amor, compromiso, incomprensión, sufrimiento… y, por qué no decirlo, si se contempla con los ojos terrenos, también un poco de locura. Nos aterroriza poder pasar lo que él paso, dejar a un lado lo que constituye nuestros placeres y bienestar, abandonarnos a no se sabe qué forma de vida extraña.
Nuestra fe falla, el miedo nos paraliza, y preferimos ir dando rodeos, pisando por algún tiempo el sendero crístico, pero volviendo después a los caminos más apacibles y seguros (desde nuestro punto de vista) de nuestra vida cotidiana. Pero, precisamente, el camino más seguro es el sendero de Cristo y, cuando entendamos esto, habremos dado un gran paso en nuestra evolución. El sendero de Cristo es precisamente lo contrario de lo que creemos que puede ser. Él ya se sacrificó, ya hizo el camino, nosotros sólo tenemos que transitarlo, pero es que, además, resulta que en este camino no hay temor, ni dolor, ni sufrimiento, sino amor, bienestar y alegría, si se contempla con los ojos del espíritu y se sabe ver lo que ocurre y por qué; pero para eso tenemos que perder el miedo. El único dolor y sufrimiento que nos puede sobrevenir al transitar este camino, así como cualquier otro, es el de nuestro pasado kármico, el de nuestras propias causas negativas puestas en circulación en algún momento de nuestro pasado. Pero esto, como he dicho anteriormente, no se trata de un castigo divino, ni es el resultado de transitar el sendero de Cristo, más bien es una enseñanza que debemos aprender. El karma de dolor, enfermedad, el sufrimiento son necesarios para fortalecer aquello que debilitamos en el pasado por nuestro comportamiento erróneo. Se trata de aprender la lección. No es algo gratuito, sino que tiene un sentido en nuestra evolución que, al entenderlo, nos fortalecerá.
Cuando uno tiene que hacer un viaje, ¿es mejor que lleve un mapa, una hoja de ruta o que inicie su viaje sin ninguna guía? Pues, a mi modo de ver, la guía del viaje de la Humanidad es Cristo y, si la seguimos, llegaremos con seguridad a buen puerto y no nos perderemos en el camino. De lo contrario, sí que podremos perdernos y sufrir las consecuencias de un viaje sin previsión creando más dolor y sufrimiento tanto a nosotros mismos como a los demás. Pero que nadie se alarme, no se trata de ningún castigo divino ni de ningún destino caprichoso, sino de la falta de previsión del viajero que ha sido advertido, mediante su ejemplo de vida, por alguien de inteligencia muy superior, y que ya ha hecho ese viaje, sobre el mejor modo de transitarlo.
Como ya dije al iniciar este artículo, la historia futura de la Humanidad se encierra en la vida de Cristo, en su ejemplo, en su camino. Él dio en su día las pautas que todo ser humano ineludiblemente tiene que seguir para perfeccionarse ya sea más lentamente o más rápido. En mi libro: Jesús y Cristo, historia oculta de una Misión Divina, se dan siete pasos de iniciación cristiana, para poder seguir el sendero en línea recta y no desviarnos ni a un lado ni al otro, aunque reconozco que seguirlo así es difícil, principalmente por nuestros miedos y nuestra falta de confianza. Estos siete pasos tienen que ver con acontecimientos importantes de la vida de Cristo y, como veremos, cada uno encierra una simbología que habla al cristiano de cómo debe comportarse cuando le ocurran cosas parecidas. Son los siguientes: Bautismo o Nacimiento Místico, Transfiguración, Lavatorio de Pies, Getsemaní, Crucifixión, Resurrección y Ascensión. Intentaré resumir aquí lo que cada paso encierra simbólicamente y los consejos que se dan al iniciando en el sendero de Cristo:
1.- Bautismo o Nacimiento Místico
Este primer paso lo habremos dado cuando lleguemos a un estado de pureza anímica. Es decir, tendremos que crear esa «tierra pura» en nuestro interior, donde podremos albergar al Cristo místico. Esto lo conseguiremos si somos capaces de IMITAR A CRISTO EN CADA OCASIÓN QUE SE NOS PRESENTE EN LA VIDA, si nos comprometemos desde ahora a trabajar para el reino de los cielos. Solo así conseguiremos que lo que nació en Jesús de Nazaret cuando fue bautizado por Juan el Bautista, pueda nacer también en nosotros, esto es, la fuerza crística. Ya con la fuerza crística en nuestro interior, seremos sometidos a tentaciones para salir airosos de nuestros apegos pasados, de nuestros comportamientos erróneos. No somos nosotros quienes valoramos si hemos llegado a esta etapa, sino la divinidad; pero llegar aquí supone un esfuerzo constante por comportarse de una manera en la que se cultiven los frutos del espíritu de los que hablaba San Pablo en su Epístola a los Gálatas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5: 22).
2.- Transfiguración
Una vez que ha nacido en nosotros la fuerza crística y nos comportamos como verdaderos cristianos (pero no con esfuerzo, sino porque ya somos así y no podemos ser de otra manera), entonces se nos presenta el segundo paso, la transfiguración. Cuando llegamos a este paso, nuestro espíritu interno brilla como consecuencia de haber sido compenetrados por el Cristo. La transfiguración representa la etapa en que las fuerzas luciféricas han sido expulsadas de nuestro interior, pues el discípulo ya no tiene deseos ni pasiones terrenales y negativas, alimento de los luciferes, sino que sus deseos se han transformado desde hace tiempo y son acordes al orden divino. En la mente del discípulo, al llegar a esta etapa, siempre deben primar las siguientes palabras: CONVERTIRÉ MIS PENSAMIENTOS, SENTIMIENTOS Y ACTOS EN ALGO QUE SEA TAN PURO COMO EL ORO.
3.- Lavatorio de pies
En este ejemplo de Cristo, tenemos la dinámica del servicio hacia el ser inferior. Él es un ser superior, pero no utiliza su rango para machacar ni para aprovecharse del prójimo en beneficio personal, sino que lo hace para ayudarle, para servirle, para enseñarle. Reconoce que si ha llegado donde está es gracias a todos los que están en un nivel inferior al suyo. El maestro asciende de nivel gracias a que tiene que enseñar a sus alumnos. Si no hubiera a quien enseñar, no podría ascender. Si observamos la oleada de vida animal, vegetal y mineral, podemos darnos cuenta de que lo superior se nutre de lo inferior. El animal necesita al vegetal para subsistir y el vegetal al mineral. Así mismo el ser humano necesita al animal.
Como vemos, se trata de poner en práctica una dinámica que es muy distinta a la que muchos ponen en práctica hoy, cuya máxima es aprovecharse del ser inferior y más débil para sacar tajada en beneficio propio.
Al llegar a este estado de conciencia, el discípulo debe ser capaz de entender que tiene que servir a los que están por debajo de él, ayudarles a que un día puedan llegar a donde él ya ha llegado, a que puedan alcanzar su nivel. Cada vez que el discípulo piense en el lavatorio de pies debería meditar en las siguientes palabras LO QUE SOY LO DEBO A LOS QUE ESTÁN EN UN ESCALÓN MÁS BAJO QUE EL MÍO. POR TANTO, TENGO QUE AYUDARLES EN TODO OCASIÓN QUE SE ME PRESENTE, PARA QUE UN DÍA PUEDAN SUBIR DONDE YO ESTOY.
4.- Getsemaní
Quien no ha tenido que sufrir alguna vez su propio Getsemaní. Cualquier persona, en algún momento de su vida, ha tenido la tentación de pasar de largo y no realizar aquello que sabe que tiene que hacer y ha mantenido una lucha en su interior entre hacerlo o no hacerlo, entre cumplir con su misión, con la vocecita de su conciencia, o no hacerle caso y darle la espalda.
Cuando el discípulo llega a esta fase, debe tener la suficiente humildad como para pedir ayuda a Dios. Debe ser capaz de decir con el Cristo SI ES POSIBLE PASE DE MI ESTA COPA, PERO NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA.
Estas palabras mágicas harán que aquello que tengamos que realizar como misión y que no nos gusta o nos produce aburrimiento o malestar, se nos torne como por obra de magia en algo con lo que disfrutamos y, en última instancia, nos aportará la alegría que produce saber que hemos hecho lo que debíamos hacer.
5.- Crucifixión
Al igual que la etapa anterior, ésta puede ser dura, pero habrá ganado en compasión y amor. El amor maternal es lo que más puede asemejarse a este paso en el camino. En el discípulo ahora ha florecido el amor maternal por toda la humanidad. Comprende a todos los seres por malvados que puedan ser, porque sabe que no saben lo que hacen. En esta etapa, el discípulo se lanza a ayudar a todo aquel que lo necesite, aunque este sacrificio por la Humanidad, esta forma de actuar puede acarrearle grandes sufrimientos. Pero sigue adelante, pues siente que no hay mayor amor que éste: que uno ponga su vida por sus amigos.
Se necesita mucho amor para soportar tan tremendas pruebas y ser capaz de dar su vida por los demás, pero las anteriores etapas le han suministrado la fuerza y se siente apoyado y ayudado por la Divinidad. La mayoría de las veces, este dar la vida por los demás se refiere a darla de forma simbólica, es decir, renunciando a lo que constituirá nuestro deseo para complacer a nuestro prójimo o para trasmitirle una enseñanza que no entendería de otra forma. Aquí el discípulo se sentirá reconfortado repitiendo las siguientes palabras: SERÉ VALIENTE Y SOPORTARÉ CUALQUIER SUFRIMIENTO QUE EL MUNDO QUIERA LANZAR SOBRE MÍ, SIN QUEJARME, PUES EL AMOR QUE HABITA EN MÍ ME DA LA FUERZA QUE NECESITO.
Después de esto se da cuenta de que no sólo es capaz de esto, sino de soportar lo que en el Evangelio se describe como la coronación de espinas. Aquí debe decirse: NI LA BURLA NI LA MOFA NI EL ESCARNIO PODRÁN CONTRA LO SAGRADO QUE LLEVO DENTRO.
Más tarde, la escena de Cristo con la cruz a cuestas representa la etapa en la que el discípulo está preparado para cargar con su cruz. Cargar con la cruz significa que se debe entender que el cuerpo físico es como una cruz, una casa temporal para el espíritu. No representa al hombre real. Por eso debe poder llegar a decirse: MI CUERPO ES UNA ESPECIE DE CRUZ QUE TRANSPORTO, COMO PODRÍA LLEVAR UN TROZO DE MADERA. ES NECESARIO EN ESTA ÉTAPA DEL CAMINO Y DEBO CUIDARLO COMO ALGO SAGRADO, PERO NO ES EL HOMBRE REAL.
Al pasar por todas estas pruebas con éxito, el discípulo llega a una especie de muerte mística, una iniciación, donde parece extinguirse todo lo que conoce. El mundo de los sentidos se volatiza y, de repente, se halla en la oscuridad. Pero llega un momento en el que de esa oscuridad se abre un velo, una cortina, donde, tras el mundo físico, puede ver el mundo espiritual. La meditación del discípulo entonces es la siguiente: LA MUERTE NO EXISTE: TRAS LA OSCURIDAD Y EL VELO DE LA MUERTE APARECERÁ EL VERDADERO MUNDO, EL MUNDO ESPIRITUAL.
6.- Resurrección
La resurrección representa la toma de conciencia de la inmortalidad. En ese momento, el discípulo ha entrado en el reino de los cielos, es decir, ha obtenido la visión espiritual y ya no volverá a perderla. Se ha hecho clarividente y sabe quién es y por qué está aquí. En esta etapa el aspirante experimenta el Amor que parece abarcar todo y siente que está unido a toda la Creación. Aquí es donde, en parte, se hacen realidad las palabras de Cristo: «Yo soy la resurrección y la vida».
7.- Ascensión
Se dice que este paso no se puede expresar en lenguaje humano. Sólo podrían entenderlo aquellos que han pasado por él y han aprendido a pensar sin el órgano humano del cerebro.
Podemos resumir diciendo que las seis primeras etapas pueden ser comprendidas (no percibidas) por cualquiera que necesite o dependa del cerebro para pensar, pero la séptima etapa sólo es comprendida por el clarividente que no dependa de su cerebro como instrumente para pensar, sino que haya llegado al estado de conciencia en el que ya no necesite a ese órgano, sino que haya experimentado por sí mismo lo que es pensar y ver sin el cerebro físico.
Estas siete etapas de la iniciación cristiana no representan, como dije anteriormente, el único camino, ni tampoco, desde mi punto de vista, se presentan necesariamente en orden, una detrás de la otra, sino que pueden presentarse, a lo largo de una vida sin un orden concreto, como recapitulaciones (capítulos en los que se iniciaron las etapas pero no se concluyeron con éxito), como lecciones o materias a aprender y aprobar. En la medida en que seamos conscientes y sepamos identificarlas, podremos pasar el examen con más éxito que si las dejamos pasar como si no tuviesen que ver nada con nosotros. Pues creo que este camino es un itinerario del alma para llegar a la perfección y de nosotros depende transitarlo mejor o peor, más lento o más rápido. Nótese que no se trata de una forma de comportarse en un momento determinado y ya está, sino de llegar a comportarse siempre de esta forma, es decir, integrar una forma de ser o comportamiento que ya no nos abandonará nunca, la forma de ser crística, que es la más elevada a la que podemos aspirar
Cristo lo expresó con claridad: En efecto, su ejemplo de vida es el itinerario más seguro para llegar al Padre. Podemos decir que es la hoja de ruta para alcanzar la perfección, el camino más seguro para llegar al reino de los cielos. Pero nosotros preferimos ir dando rodeos y elegimos otros caminos que, por supuesto, también nos llevarán un día allí, pero quizá más tarde y con más dificultades. Tenemos miedo de imitarlo, de seguir el sendero que él siguió, porque su vida no fue precisamente un «jardín de rosas», implicaba amor, compromiso, incomprensión, sufrimiento… y, por qué no decirlo, si se contempla con los ojos terrenos, también un poco de locura. Nos aterroriza poder pasar lo que él paso, dejar a un lado lo que constituye nuestros placeres y bienestar, abandonarnos a no se sabe qué forma de vida extraña.
Nuestra fe falla, el miedo nos paraliza, y preferimos ir dando rodeos, pisando por algún tiempo el sendero crístico, pero volviendo después a los caminos más apacibles y seguros (desde nuestro punto de vista) de nuestra vida cotidiana. Pero, precisamente, el camino más seguro es el sendero de Cristo y, cuando entendamos esto, habremos dado un gran paso en nuestra evolución. El sendero de Cristo es precisamente lo contrario de lo que creemos que puede ser. Él ya se sacrificó, ya hizo el camino, nosotros sólo tenemos que transitarlo, pero es que, además, resulta que en este camino no hay temor, ni dolor, ni sufrimiento, sino amor, bienestar y alegría, si se contempla con los ojos del espíritu y se sabe ver lo que ocurre y por qué; pero para eso tenemos que perder el miedo. El único dolor y sufrimiento que nos puede sobrevenir al transitar este camino, así como cualquier otro, es el de nuestro pasado kármico, el de nuestras propias causas negativas puestas en circulación en algún momento de nuestro pasado. Pero esto, como he dicho anteriormente, no se trata de un castigo divino, ni es el resultado de transitar el sendero de Cristo, más bien es una enseñanza que debemos aprender. El karma de dolor, enfermedad, el sufrimiento son necesarios para fortalecer aquello que debilitamos en el pasado por nuestro comportamiento erróneo. Se trata de aprender la lección. No es algo gratuito, sino que tiene un sentido en nuestra evolución que, al entenderlo, nos fortalecerá.
Cuando uno tiene que hacer un viaje, ¿es mejor que lleve un mapa, una hoja de ruta o que inicie su viaje sin ninguna guía? Pues, a mi modo de ver, la guía del viaje de la Humanidad es Cristo y, si la seguimos, llegaremos con seguridad a buen puerto y no nos perderemos en el camino. De lo contrario, sí que podremos perdernos y sufrir las consecuencias de un viaje sin previsión creando más dolor y sufrimiento tanto a nosotros mismos como a los demás. Pero que nadie se alarme, no se trata de ningún castigo divino ni de ningún destino caprichoso, sino de la falta de previsión del viajero que ha sido advertido, mediante su ejemplo de vida, por alguien de inteligencia muy superior, y que ya ha hecho ese viaje, sobre el mejor modo de transitarlo.
Como ya dije al iniciar este artículo, la historia futura de la Humanidad se encierra en la vida de Cristo, en su ejemplo, en su camino. Él dio en su día las pautas que todo ser humano ineludiblemente tiene que seguir para perfeccionarse ya sea más lentamente o más rápido. En mi libro: Jesús y Cristo, historia oculta de una Misión Divina, se dan siete pasos de iniciación cristiana, para poder seguir el sendero en línea recta y no desviarnos ni a un lado ni al otro, aunque reconozco que seguirlo así es difícil, principalmente por nuestros miedos y nuestra falta de confianza. Estos siete pasos tienen que ver con acontecimientos importantes de la vida de Cristo y, como veremos, cada uno encierra una simbología que habla al cristiano de cómo debe comportarse cuando le ocurran cosas parecidas. Son los siguientes: Bautismo o Nacimiento Místico, Transfiguración, Lavatorio de Pies, Getsemaní, Crucifixión, Resurrección y Ascensión. Intentaré resumir aquí lo que cada paso encierra simbólicamente y los consejos que se dan al iniciando en el sendero de Cristo:
1.- Bautismo o Nacimiento Místico
Este primer paso lo habremos dado cuando lleguemos a un estado de pureza anímica. Es decir, tendremos que crear esa «tierra pura» en nuestro interior, donde podremos albergar al Cristo místico. Esto lo conseguiremos si somos capaces de IMITAR A CRISTO EN CADA OCASIÓN QUE SE NOS PRESENTE EN LA VIDA, si nos comprometemos desde ahora a trabajar para el reino de los cielos. Solo así conseguiremos que lo que nació en Jesús de Nazaret cuando fue bautizado por Juan el Bautista, pueda nacer también en nosotros, esto es, la fuerza crística. Ya con la fuerza crística en nuestro interior, seremos sometidos a tentaciones para salir airosos de nuestros apegos pasados, de nuestros comportamientos erróneos. No somos nosotros quienes valoramos si hemos llegado a esta etapa, sino la divinidad; pero llegar aquí supone un esfuerzo constante por comportarse de una manera en la que se cultiven los frutos del espíritu de los que hablaba San Pablo en su Epístola a los Gálatas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5: 22).
2.- Transfiguración
Una vez que ha nacido en nosotros la fuerza crística y nos comportamos como verdaderos cristianos (pero no con esfuerzo, sino porque ya somos así y no podemos ser de otra manera), entonces se nos presenta el segundo paso, la transfiguración. Cuando llegamos a este paso, nuestro espíritu interno brilla como consecuencia de haber sido compenetrados por el Cristo. La transfiguración representa la etapa en que las fuerzas luciféricas han sido expulsadas de nuestro interior, pues el discípulo ya no tiene deseos ni pasiones terrenales y negativas, alimento de los luciferes, sino que sus deseos se han transformado desde hace tiempo y son acordes al orden divino. En la mente del discípulo, al llegar a esta etapa, siempre deben primar las siguientes palabras: CONVERTIRÉ MIS PENSAMIENTOS, SENTIMIENTOS Y ACTOS EN ALGO QUE SEA TAN PURO COMO EL ORO.
3.- Lavatorio de pies
En este ejemplo de Cristo, tenemos la dinámica del servicio hacia el ser inferior. Él es un ser superior, pero no utiliza su rango para machacar ni para aprovecharse del prójimo en beneficio personal, sino que lo hace para ayudarle, para servirle, para enseñarle. Reconoce que si ha llegado donde está es gracias a todos los que están en un nivel inferior al suyo. El maestro asciende de nivel gracias a que tiene que enseñar a sus alumnos. Si no hubiera a quien enseñar, no podría ascender. Si observamos la oleada de vida animal, vegetal y mineral, podemos darnos cuenta de que lo superior se nutre de lo inferior. El animal necesita al vegetal para subsistir y el vegetal al mineral. Así mismo el ser humano necesita al animal.
Como vemos, se trata de poner en práctica una dinámica que es muy distinta a la que muchos ponen en práctica hoy, cuya máxima es aprovecharse del ser inferior y más débil para sacar tajada en beneficio propio.
Al llegar a este estado de conciencia, el discípulo debe ser capaz de entender que tiene que servir a los que están por debajo de él, ayudarles a que un día puedan llegar a donde él ya ha llegado, a que puedan alcanzar su nivel. Cada vez que el discípulo piense en el lavatorio de pies debería meditar en las siguientes palabras LO QUE SOY LO DEBO A LOS QUE ESTÁN EN UN ESCALÓN MÁS BAJO QUE EL MÍO. POR TANTO, TENGO QUE AYUDARLES EN TODO OCASIÓN QUE SE ME PRESENTE, PARA QUE UN DÍA PUEDAN SUBIR DONDE YO ESTOY.
4.- Getsemaní
Quien no ha tenido que sufrir alguna vez su propio Getsemaní. Cualquier persona, en algún momento de su vida, ha tenido la tentación de pasar de largo y no realizar aquello que sabe que tiene que hacer y ha mantenido una lucha en su interior entre hacerlo o no hacerlo, entre cumplir con su misión, con la vocecita de su conciencia, o no hacerle caso y darle la espalda.
Cuando el discípulo llega a esta fase, debe tener la suficiente humildad como para pedir ayuda a Dios. Debe ser capaz de decir con el Cristo SI ES POSIBLE PASE DE MI ESTA COPA, PERO NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA.
Estas palabras mágicas harán que aquello que tengamos que realizar como misión y que no nos gusta o nos produce aburrimiento o malestar, se nos torne como por obra de magia en algo con lo que disfrutamos y, en última instancia, nos aportará la alegría que produce saber que hemos hecho lo que debíamos hacer.
5.- Crucifixión
Al igual que la etapa anterior, ésta puede ser dura, pero habrá ganado en compasión y amor. El amor maternal es lo que más puede asemejarse a este paso en el camino. En el discípulo ahora ha florecido el amor maternal por toda la humanidad. Comprende a todos los seres por malvados que puedan ser, porque sabe que no saben lo que hacen. En esta etapa, el discípulo se lanza a ayudar a todo aquel que lo necesite, aunque este sacrificio por la Humanidad, esta forma de actuar puede acarrearle grandes sufrimientos. Pero sigue adelante, pues siente que no hay mayor amor que éste: que uno ponga su vida por sus amigos.
Se necesita mucho amor para soportar tan tremendas pruebas y ser capaz de dar su vida por los demás, pero las anteriores etapas le han suministrado la fuerza y se siente apoyado y ayudado por la Divinidad. La mayoría de las veces, este dar la vida por los demás se refiere a darla de forma simbólica, es decir, renunciando a lo que constituirá nuestro deseo para complacer a nuestro prójimo o para trasmitirle una enseñanza que no entendería de otra forma. Aquí el discípulo se sentirá reconfortado repitiendo las siguientes palabras: SERÉ VALIENTE Y SOPORTARÉ CUALQUIER SUFRIMIENTO QUE EL MUNDO QUIERA LANZAR SOBRE MÍ, SIN QUEJARME, PUES EL AMOR QUE HABITA EN MÍ ME DA LA FUERZA QUE NECESITO.
Después de esto se da cuenta de que no sólo es capaz de esto, sino de soportar lo que en el Evangelio se describe como la coronación de espinas. Aquí debe decirse: NI LA BURLA NI LA MOFA NI EL ESCARNIO PODRÁN CONTRA LO SAGRADO QUE LLEVO DENTRO.
Más tarde, la escena de Cristo con la cruz a cuestas representa la etapa en la que el discípulo está preparado para cargar con su cruz. Cargar con la cruz significa que se debe entender que el cuerpo físico es como una cruz, una casa temporal para el espíritu. No representa al hombre real. Por eso debe poder llegar a decirse: MI CUERPO ES UNA ESPECIE DE CRUZ QUE TRANSPORTO, COMO PODRÍA LLEVAR UN TROZO DE MADERA. ES NECESARIO EN ESTA ÉTAPA DEL CAMINO Y DEBO CUIDARLO COMO ALGO SAGRADO, PERO NO ES EL HOMBRE REAL.
Al pasar por todas estas pruebas con éxito, el discípulo llega a una especie de muerte mística, una iniciación, donde parece extinguirse todo lo que conoce. El mundo de los sentidos se volatiza y, de repente, se halla en la oscuridad. Pero llega un momento en el que de esa oscuridad se abre un velo, una cortina, donde, tras el mundo físico, puede ver el mundo espiritual. La meditación del discípulo entonces es la siguiente: LA MUERTE NO EXISTE: TRAS LA OSCURIDAD Y EL VELO DE LA MUERTE APARECERÁ EL VERDADERO MUNDO, EL MUNDO ESPIRITUAL.
6.- Resurrección
La resurrección representa la toma de conciencia de la inmortalidad. En ese momento, el discípulo ha entrado en el reino de los cielos, es decir, ha obtenido la visión espiritual y ya no volverá a perderla. Se ha hecho clarividente y sabe quién es y por qué está aquí. En esta etapa el aspirante experimenta el Amor que parece abarcar todo y siente que está unido a toda la Creación. Aquí es donde, en parte, se hacen realidad las palabras de Cristo: «Yo soy la resurrección y la vida».
7.- Ascensión
Se dice que este paso no se puede expresar en lenguaje humano. Sólo podrían entenderlo aquellos que han pasado por él y han aprendido a pensar sin el órgano humano del cerebro.
Podemos resumir diciendo que las seis primeras etapas pueden ser comprendidas (no percibidas) por cualquiera que necesite o dependa del cerebro para pensar, pero la séptima etapa sólo es comprendida por el clarividente que no dependa de su cerebro como instrumente para pensar, sino que haya llegado al estado de conciencia en el que ya no necesite a ese órgano, sino que haya experimentado por sí mismo lo que es pensar y ver sin el cerebro físico.
Estas siete etapas de la iniciación cristiana no representan, como dije anteriormente, el único camino, ni tampoco, desde mi punto de vista, se presentan necesariamente en orden, una detrás de la otra, sino que pueden presentarse, a lo largo de una vida sin un orden concreto, como recapitulaciones (capítulos en los que se iniciaron las etapas pero no se concluyeron con éxito), como lecciones o materias a aprender y aprobar. En la medida en que seamos conscientes y sepamos identificarlas, podremos pasar el examen con más éxito que si las dejamos pasar como si no tuviesen que ver nada con nosotros. Pues creo que este camino es un itinerario del alma para llegar a la perfección y de nosotros depende transitarlo mejor o peor, más lento o más rápido. Nótese que no se trata de una forma de comportarse en un momento determinado y ya está, sino de llegar a comportarse siempre de esta forma, es decir, integrar una forma de ser o comportamiento que ya no nos abandonará nunca, la forma de ser crística, que es la más elevada a la que podemos aspirar
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